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147# Y la Disciplina se Abrió Paso

Rodrigo Pelaez Alarcon

Universidad Católica de Manizales

Colombia

A lo largo de las migraciones por la ciencia, el conocimiento ha tenido una dotación de elementos que le deconstruyen, le construyen y le reconstruyen desde que nació con el hombre, quien desde un principio, en procura de entender/comprender sus contextos, unos próximos, otros remotos, ha recorrido trayectos indagatorios, búsquedas incesantes en pos de respuestas desde su propia experiencia, desde sus creencias; panópticos éstos desde donde ha oteado las posibilidades de crear “métodos”, de gestar teorías, de parir leyes que apreció y avizoró como emergencias estáticas, inmutables, universales y objetivas.

Tuvo que discurrir mucho tiempo para que fuese consciente de la mutabilidad, de las incertidumbres, de la provisionalidad de sus nuevas verdades, de la relatividad y de la emergencia de problemas como respuesta a otros problemas que concitaban su interés. De esta guisa en el transcurso de la evolución del conocimiento se ha ido preparando un adobado pletórico de dialogicidades que enmarcan el pensamiento, su expresión a través del lenguaje, la conciencia de ser y de estar y los desarrollos de sus inteligencias.
Desarrollos que han tenido como viático esencial la pregunta y el pensamiento, visto éste como “El pleno empleo dialógico de las aptitudes cogitantes del espíritu humano” (Morin 1996), en un ejercicio concomitante de asociación continua y complementaria de procesos, en apariencia antagónicos, que se movilizan en un dinamismo de dialogicidades que sin interrupción, a modo de bucle recursivo, habita lejos del equilibrio y cerca de la entropía.

El cronos y el kairos han sido mudos testigos de un inicio en el conocimiento configurado desde el símbolo, el mito y la magia, que desde entonces han estado sin haber desaparecido aún en el mapa del territorio científico, implicándose bucléicamente y constituyendo un estilo de pensar en contextos de un universo simbólico, mítico y mágico, que configura una triada metaconceptual signada por urdimbres con sentido, que devienen en paradigmas construidos en torno a la proyecciones que se transponían a los objetos y a algunos seres externos como depositarios mudos de necesidades, deseos, anhelos, temores, obsesiones y utopías del hombre constructor de sus “conocimientos” en el marco de su cultura en un compartir de humanidad.
En medio de esos eyectos de diversa magnitud, el hombre se adhirió a proyectos que aprehendió para construir su propia cultura y con ella la interculturalidad como parte de su poseer axiológico; en tanto construyó utopías que le motivaron a avanzar en ganancia de humanidad, en una sinfonía de creaciones dictadas por el cambio; cambio de conceptos, de ideas, de comunidades, de sociedades, de conocimientos; en un sendero de la ciencia siempre naciente, que lleva hacia la naturaleza, a territorios de donde emerge un hombre nuevo; más nuevo cada vez.

Este paisaje es el escenario donde surgen las disciplinas como categorías organizacionales en el seno del conocimiento, en una respuesta a la división y a la especialización del trabajo, a la pluralidad de dominios cognitivos provistos de una autonomía y con fronteras muy definidas, en cuyo interior habitan en paz epistémica, las técnicas, los métodos, los objetos de estudio y las teorías que le son “propias”.

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